miércoles, 29 de enero de 2014

35 años

Jazz miró de reojo la entrepierna de la secretaria de la clínica. Le encantan ese tipo de uniformes en las mujeres. Era ella joven y bella. Al sentirse observada se ruborizó y empezó a mirarlo pero Jazz no la vió porque se había colgado a mirar por la ventana el edificio de enfrente donde una pareja de ancianos tomaba el té mirando el atardecer. Se abrió una puerta y salió velozmente un adolescente flaco y desgarbado, le entregó el recipiente a la enfermera y guardó el dinero en su bolsillo. Jazz miró a la enfermera, que con una leve sonrisa le hizo el gesto para pasar al cubículo. Jazz entró y cerró la puerta. Era bastante chico, había una cama, un perchero, una mesa con revistas pornográficas, preservativos y vaselina. También había una cámara oculta. Jazz hojeó las revistas, tomó una y se echó a la cama pero se levantó de inmediato pensando en el joven que acababa de salir. Se sentó en la silla y desabrochó su pantalón. Se sintió observado, comenzó a recorrer la habitación buscando la cámara oculta pero nunca la encontró. Decidió tocarse los genitales mientras observaba en una revista una escena de sexo anal, lo intentó durante unos minutos sin lograr excitarse. Se le ocurrió espiar a la secretaría, entreabrió la puerta y comenzó a masturbarse mirándola, justo ella se había levantado para hablar con otra persona que acababa de llegar brindándole el paisaje anhelado. En dos minutos acabó entre gemidos ahogados, cerró rápidamente la puerta ante la sorpresa de la secretaria. Esperó varios minutos antes de salir, le entregó el recipiente sin mirarla a los ojos. No contó el dinero y se fue sin saludar. Afuera lo esperaban sus amigos, se fueron a comprar una bolsa al Mondongo.