martes, 23 de septiembre de 2014

Días salvajes

Jazz se encuentra convaleciente desde hace un par de días. Una gripe furiosa no lo deja levantarse de la cama. Lonie y Ana se turnan para atenderlo en todo lo que necesite. La fiebre no baja, llamaron al médico quien indicó reposo. Por la noche Jazz no puede dormir pero no le dice nada a las chicas para no molestarlas. Divaga en pensamientos inútiles.
Jazz: ¿Qué he hecho para merecer esto? ¡bah! se lo que hecho en verdad. Si bien he tratado de ser una buena persona en algún lado me he extraviado, recuerdo aquel niño, hijo de la empleada que había en casa de mis padres, yo tendría doce años y el niño tres o cuatro. Me molestaba su presencia, vaya a saber por que. El pibe vivía con hambre y yo disfrutaba haciéndole desear el pan con manteca y dulce que solía desayunar. Pobre niño, a merced de un imberbe, estúpido y aburrido adolescente, que llegó a pellizcarlo para sacarse su modorra de onanista. Pobre niño, años después me encontré a su madre quien entre lágrimas me contó que su hijo había sido abusado por su profesor de danza. ¿En cuánto colaboré yo para que se propiciara ese abuso? Debo haber afectado mucho la autoestima de ese niño. Jazz se sienta en la cama y mira por la ventana la tormenta.
Jazz: Que malo he sido, también recuerdo lo que hice aquella noche con Juanito el borrachín del pueblo. Manejaba con mucha inconsciencia, no entiendo como nunca tuve un accidente. Tendría dieciséis años y tomaba mucho cuando salía de noche. Dábamos vueltas y vueltas por el desolado pueblo. En una esquina nos encontramos a Juanito arrodillado en el medio de la calle, con un pedo tal que no se podía levantar, ni siquiera moverse, temblaba bajo la lluvia. Recuerdo las risas de mis amigos, seguí adelante pero en la siguiente esquina di la vuelta en u y aceleré a toda velocidad. Las sonrisas de mis amigos se transformaron en miedo, yo me sentía lleno de una hoy apestosa adrenalina, y con ganas de probar no se que a no se quien. Aceleré cada vez más, Juanito seguía allí, arrodillado, las luces de la camioneta lo encandilaban cada vez más, levantó su mano para taparse los ojos mientras yo le pasaba tan cerca que creí que lo había tocado, miré por el espejo retrovisor y ahí seguía Juanito arrodillado. Mis amigos suspiraron a carcajadas y yo inmediatamente me sentí el ser humano mas tonto y despreciable del mundo. ¿Qué culpa tenía Juanito?