sábado, 15 de noviembre de 2014

De tal palo tal astilla

En uno de sus últimos viajes, Jazz observaba el bosque desde un colectivo que transitaba la Ruta 40. Pensaba que la naturaleza tenía las respuestas acerca de la razón de la existencia. Teníamos frente a nuestros ojos infinitos ejemplos de ciclos de vida pero la ignorancia humana desdeñaba las existencias de otras especies, como si fuera la única que tuviera conciencia. Jazz se preguntaba que razón tenía la vida si luego venía inexorablemente la muerte. Buscaba una manera de escapar de aquella pregunta sin aparente salida. Observó una montaña con un millón de árboles. Notó que todos eran muy parecidos aunque podía notar diferencias entre las especies y también dentro de cada especie. Sin embargo eran todos y todas árboles. Pensó lo mismo para los seres humanos, y entendió que una forma de que permanezca nuestra conciencia es si tenemos descendencia. Cada cual debería asegurarse de que al menos uno de sus hijos tenga hijos. Nuestros genes perdurarían, y más allá de la diferencias culturales, todos los hijos serán parte de mi, como yo lo soy de mi padre y mi abuelo. Jazz recordó cuando su padre le decía que era muy parecido a su abuelo, que tenía los mismos gestos y el mismo carácter pese a que Jazz no lo había conocido.
No todos logran perpetuar sus genes, si estamos leyendo esto es porque vamos bien, mientras estemos vivos estaremos a tiempo. Aunque no tengamos pareja, aunque seamos impotentes o frígidas. Cualquiera de nosotros podría hacer renacer nuestra especie en otro planeta con las condiciones necesarias. Porque todos somos uno, da lo mismo cualquiera de nosotros. Todos venimos de uno como todos los árboles y todas las flores, como todo el universo viene de un mismo comienzo.
¿Y qué queda entonces para quienes no desean tener hijos? o son estériles o pobres, se preguntó Jazz. Y mientras miraba la foto de su nieto recién nacido, que por cierto tenía la mirada de su padre, pensó, allá ellos.